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lunes, 26 de octubre de 2009

Estoy de guardia



Mezcla de sensaciones en las horas (afortunadamente fueron limitadas a “sólo” 12 hace unos años) que pasamos de guardia: En las horas previas (en mi caso, en los días previos), desasosiego. Tiendo a cerrarme en mi mismo, como si no tocase divertirse. Un día tenemos que hablar sobre ello.
Pero durante la guardia se mezclan, como decíamos, muchos estados de ánimo. O miniestados de ánimo, porque apenas duran un par de horas cada uno (en el mejor de los casos).
Así, al entrar, uno acude con energía. Hayas dormido bien o no. Entras con ganas. Ganas de que pase todo; ganas de salir y seguir disfrutando de tu día a día, o del fin de semana, según el caso. Saludas a todos con una sonrisa; a los que marchan (¡vaya cara lleva alguno!); a los que compartirán esas horas contigo; a la gente que espera tu incorporación... Derroche de simpatía.
Y empiezan a pasar las horas, lentas, largas... Yo me quito el reloj de la muñeca, para evitar la infantil tentación de preguntar: “¿Cuánto falta?” Pero, en la época de las computadoras, no hay engaño posible: Tienes un reloj situado en la pantalla, en el ángulo inferior derecho, según miras tú. Te lo digo por si no te habías dado cuenta.
Con tu compañero pueden suceder varias cosas:
- Que se columpie (admito que es la situación que más me saca de mis casillas). Últimamente hemos tenido en nuestra zona casos flagrantes. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.
- Que no se columpie, pero vaya lento: Nada que achacarle. Él/ella trabaja así. Sin embargo, notas que, conforme pasa la mañana, tu tolerancia va disminuyendo. No es justo, desde luego. Pero no puedes controlarlo.
- Que vaya tanto o más rápido que tú: Genial. Situación perfecta. Cuando esto sucede, la verdad es que ves la guardia de otra manera. Hoy está siendo un día así. He tenido suerte.
Otro elemento que determina si una guardia es “buena” o no son los domicilios. La verdad es que ahora sólo nos toca hacerlos durante las guardias de sábados (tenemos dispensa los domingos y las noches).
Los domicilios también tienen su qué. Creo que a pocos médicos les gusta hacerlos. Inquietan. Y fundamentalmente inquietan porque el sistema está establecido de tal manera que son los pacientes los que solicitan la visita en su casa. Y muchas veces, cuando llegamos a nuestro destino, constatamos que no estaba justificada la demanda. Pero mala solución tiene el problema; al menos con los políticos que dirigen nuestro sistema sanitario.

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